Más de 3,500 millas separan el pequeño pueblo español de Urrúnaga (108 habitantes) con Brooklyn (2,5 millones). Esa es la distancia que recorrió Ana Martínez de Luco, una monja española que tras pasar por Asia llegó a Estados Unidos en 2004 para "compartir" su vida con la comunidad de personas que vivían en las calles de Nueva York.
"Por eso acabé uniéndome a este grupo que recogía latas. Eso es lo que me ha traído hasta aquí, ser parte de esa comunidad", indica a Efe Martínez de Luco, que actualmente gestiona una planta de reciclaje de latas y envases en el corazón de Bushwick, un barrio de Brooklyn, con la que ayuda a unos 750 "lateros" a tener ingresos extras.
"Sure We Can", que hace un juego de palabras entre el optimismo de la frase "seguro que podemos" y la palabra "lata" ("can") en inglés, nace tras constatar que había un gran número de residuos que, principalmente en Manhattan, la gente no se preocupaba de devolver a los establecimientos.
Las empresas que empaquetan estos envases tienen la obligación legal de devolver cinco centavos por cada lata o botella, pero generalmente pocos residuos hacen el camino de vuelta.
"Había muchos residuos por recoger", señala Martínez de Luco, que agrega que, tras hacer un cálculo aproximado sobre el número de personas que participan en otros centros similares, es probable que en Nueva York haya "por lo menos" 10,000 personas dedicadas a recoger latas y botellas. "Hemos propuesto elaborar un censo en 2020 para tener datos más reales", expresa.
SENTIMIENTO DE PERTENENCIA
Sin embargo, lo más importante de este proyecto, además del reciclaje, es proporcionar una comunidad a mucha gente en situación de desarraigo.
Martínez de Luco explica que el perfil de las personas que recogen las latas es diverso aunque muchos tienen puntos en común.
"Algunos recogen muy esporádicamente, otros cada día. La gran mayoría es población migrante, alrededor del 90 por ciento. Y suele ser gente más bien mayor, por encima de los 60, 70, 80 o incluso 90 años", detalla.
La mayor parte de los lateros que trabajan en este centro de Bushwick llegaron a Estados Unidos como adultos, no aprendieron el idioma y no han tenido posibilidades de integrarse o de tener un trabajo "más allá de lo esporádico o inestable".
"Otras muchas personas han salido de prisión y no encuentran trabajo u otra manera de vivir. También algunos que sufren problemas de alcoholismo o drogadicción y no tienen posibilidad de encontrar trabajo y mantenerlo. Así como personas que tienen algún tipo de inestabilidad emocional o mental y viven más bien aislados", añade.
Pero sobre todo destaca que venir a la planta permite a los lateros acudir a una comunidad donde "nadie les mira mal, nadie se sorprende, nadie hace burla y donde se les trata con respeto, se les pregunta su nombre y se relacionan. Hay una parte humana y social que es muy importante".
¿ADÓNDE VAN LAS LATAS?
"Se llama proceso de redención. Y todo empieza cuando alguien compra una botella o una lata", aclara la española, que apunta que eso inmediatamente conlleva una tasa de 5 centavos adicionales del precio y que asume el distribuidor.
Cuando esa persona va con las latas, "Sure We Can" está obligada a pagarle cinco centavos. Más adelante, la empresa que ha producido el envase debe pagarle a la planta unos 3,5 centavos por el trabajo de separación y devolución.
"Esos 3,5 centavos es lo que nos sostiene de forma regular, aunque malamente", explica, aunque matiza que reciben "muy poca" ayuda de la ciudad y donaciones de fundaciones e individuos privados que generalmente se destinan a otras acciones en beneficio de la comunidad como formación de líderes, programas de compost o educacionales.
Actualmente, Martínez de Luco y Sure We Can intentan presionar a los legisladores para cambiar la ley que establece el valor del retorno de las latas y botellas.
"Estamos trabajando para cambiar la ley del envase por la que nos regimos para que en vez de 5 centavos sean 10 y que en vez de 3,5 por el manejo sean 5 centavos porque todo ha subido muchísimo, los salarios, los alquileres...", recalca la voluntaria.
Mientras batallan por poder sobrevivir un poco mejor, la vida en esta planta de Bushwick, que funciona con marcado acento español y algo de chino, continúa con el frenético trabajo de todos sus lateros, que entre botella y lata sacan algo de tiempo para hablar de música y de la vida en general, rodeados por montañas de envases que pronto podrán tener una segunda vida.
Cristina Magdaleno